Como en la Mercè, la fiesta empieza en el metro: unos cuantos felicianos con ojos como tomates, sonrisa permanente y poco equilibrio, empiezan a cantar a grito pelao dentro del vagón. Por el efecto mariposa, acaba casi hasta el conductor desgañitándose con “hemos venidoooo a emborrachaaaarnos y el resultado nos da igual!!” Después están los típicos espabilaos, que aprovechan la aglomeración en ese espacio tan reducido para acercar la mano a algún culete respingón o para aplastarse, como quien no quiere la cosa, contra algún cuerpo femenino.Por fin, la marabunta llega al Fòrum, donde espera otra marabunta. El recorrido es el mismo para todos: 1º comprar los tickets para beber intentando camelarse un poco al/la que los vende para que te dé alguno gratis 2º luchar por hacerte un hueco en la barra del bar para pedir algo, dejar sordo al camarero/a para que entienda lo que quieres beber y salir de la barra consiguiendo que en todo el proceso no te hayan tirado ninguna bebida por encima 3º meterse en medio del concierto y a bailar! En el de Betagarri un montón de pies aporreando el suelo llenan todo el espacio que hay delante de las gradas. Todos bailando ska, saltando unos contra otros. La energía que se libera es brutal. Entonces llega el momento en que todo lo que te has metido por la boca se ha acumulado de manera incómoda en la vejiga y toca caminar, ya sin saber muy bien por dónde vas, hasta la cola de los lavabos. Ese es un momento gracioso. Todos/as de pie con las piernas cruzadas, apretando para aguantar los minutos que se hacen eternos hasta entrar en la cabina de plástico. Y, curiosamente, siempre se suele entablar conversación con la persona que tienes delante o detrás. Suelen ser conversaciones bastante surrealistas dado que el grado de embriaguez a esas horas es elevado.
Llega el final de la noche y se abre el telón. Se van encendiendo las luces poco a poco para descubrir otro tipo de espectáculo. Gran cantidad de gente con la boca metida en la de otra persona, que probablemente al día siguiente ni recordarán, otros tirados, literalmente, en los escalones de las gradas sin poderse levantar, unos cuantos con la cabeza entre las piernas potando, algunos desesperados porque han perdido el bolso o la chaqueta, otros que siguen bailando porque ni se han dado cuenta de que la música ya no suena, un montón de porquería por el suelo, etc. Y de nuevo mezclarse entre la marabunta para coger el metro de vuelta a casa, ya sin cantar demasiado, más bien arrastrándose con esfuerzo y unas ganas increíbles de pillar la cama.
