sábado, 27 de junio de 2009

Bailando (o Pastelón 1)

Vuelan botellas rotas y se han formado varios corros donde se reparten buenas leches. Pero los insultos y leñazos no consiguen insonorizar la música salsera que sale de los altavoces. Se podría decir que se pegan al ritmo de Óscar de León.

En la semioscuridad de la discoteca, apoyada de espaldas a la barra, se distingue el cuerpo de una joven de piel dorada y pelo pajizo, que sobresale en medio del moreno latino que predomina alrededor. Mantiene la vista fija en un punto cercano al infinito.

Él se le acerca con mirada traviesa, le quita el cubata de la mano, le da un sorbo y lo deja sobre la barra que tienen al lado. Le coge la mano y tira de ella invitándola a bailar. Ahora es bachata lo que suena.
Se mueven en cuatro tiempos, resaltando sensualmente las curvas femeninas con ese gracioso toque de cadera. A ratos él la mira a los ojos y mueve los labios cerca de sus oídos, cantándole trozos de la canción. No andan, se deslizan como si fueran uno.

El ambiente ya se ha normalizado y un montón de parejas se unen al baile.
Ella no las ve todas, sólo algunas en forma de una especie de llamas de muchos colores. Es el fuego que provoca la música en los cuerpos que son capaces de sentirla. Los que no, se quedan fríos y son invisibles para ella: es ciega. Sólo ve la música transformada en sentimiento que mueve a las personas.

Pasan las horas y los altavoces pronto se apagarán. La noche en breve se hará mañana y sus bailes se convertirán en otra historia más que recordar. Una cara que queda grabada en la memoria durante unos días, quizá más, pero que poco a poco se va difuminando y se mezcla con otras que ya forman parte del recuerdo.

Era una noche de fiesta en un sitio cualquiera
ya comenzaba la orquesta y de pronto te vi
entre mil falsos colores la última estrella
la colección de mis sueños mirándome así

Con esos ojos intrusos buscaste los míos
para arrancarles el alma y volcarlos en ti
para que yo como un zombi llegara a tu lado
y te sacara a la pista dispuesto a vivir

Y todo comenzó bailando
tu cuerpo me embriago bailando
entramos en calor bailando
bailando, hicimos el amor

Dejamos de ser dos, bailando
El ritmo nos unió, bailando
Perdimos el control, bailando
Bailando, hicimos el amor

Bailando (Frankie Ruíz)

lunes, 15 de junio de 2009

Oda a la vida moderna en Barcelona

Ha sido una mañana inolvidable, como todas las que pasan en un parque

[…]Cada nube es un plan, se transforma al viajar […] somos nubes no más.

Como hojas que danzan al viento, así nos recogerá el tiempo y nos hará rodar y rodar y rodar.”


Un día en el parque (Love of lesbian)


Huele a domingo de verano, aunque aún es primavera, y estoy disfrutando del periódico en un banco del parque. A ratos levanto la cabeza hacia el solecillo, con los ojos en plan chino, a ver si se me morenea la cara. Sin mirar, me meto un pitillo en la boca y acerco la llama del mechero. ¡Coño, lo tengo del revés! Justo en ese momento alguien me llena de arena de un golpe de pala. Lanzo una mirada asesina hacia el recuadro arenoso, donde están los columpios, medias lunas y demás, por si tengo que comerme a algún nene o nena. Pero no, se trata de un hombre hecho y derecho. Se me escapa una sonrisilla maliciosa. El espécimen en cuestión lleva un sombrero de ala ancha, a lo explorador, y cava con ahínco como si DE VERDAD esperase encontrar un tesoro. Bajo la vista hacia mi periódico y releo las últimas frases del artículo de Jesús García:

“Pese a todo, Olmos […] no se ha tomado la anunciada destitución demasiado mal., […] puede dedicar más tiempo a una de sus pasiones: la arqueología y, en concreto, el antiguo Egipto. En la foto de perfil que ha colgado en […] Facebook, aparece tocado con un sombrero de explorador bajo un sol implacable.”

Apago el cigarro, lo meto dentro del paquete (que estaba casi entero) y lo tiro a la basura. Por una extraña asociación de ideas he decidido que dejo de fumar.


Me entran ganas de dar un paseo, así que me levanto y me dirijo hacia el estanque, lleno de nenúfares podridos, colillas de cigarro y renacuajos nadando. Me detengo a contemplar tal belleza justo detrás de tres críos, dos de piel clara y otro de piel oscura. Están jugando con un helicóptero, una pequeña lancha y un barcazo teledirigidos. Uno de ellos ha izado la bandera pirata en el barco de lujo. El que maneja el helicóptero, el de piel oscura, se pone las manos en la boca a modo de megáfono y grita:” ¡Estáis rodeados! ¡Liberad a los rehenes y no dispararemos!” A la vez, el que dirige la lancha empieza a hacer ruido de metralletas, disparando hacia el aire.


Continúo con mi rodeo a paso lento y despreocupado cuando, de golpe, me atraviesa (casi literalmente) una estampida de niños que juega a “mossos y estudiantes”. Los que hacen de mossos van en furgonas imaginarias y antes de empezar a correr enrollan unos pequeños papeles que se colocan en el orificio de la nariz haciendo ver que aspiran una raya de arena.

No puedo evitar pensar en cómo cambian los tiempos y los juegos y lo vieja que me estoy haciendo y, de repente, noto un pinchazo en la espalda. Giro la cabeza y veo a un churumbel apuntándome con algo parecido a una escopeta. Ah, no, es una escopetarra. El crío me mira esforzándose por poner cara de malo. Entonces sonríe y aprieta el play de su iPhone. Suena un tema de César López que se llama “Pesadilla en Mozambique”. El niño coge la escopeta a modo de guitarra y empieza a tocarla con locura.


Decido salir corriendo de ese microcosmos y me adentro en las calles de la ciudad. Tras unos minutos pateando la diagonal, me encuentro un par de guiris a la parrilla en un pequeño recuadro de césped que da a la carretera. ¡Mmm, qué gustazo respirar directamente aire de los tubos de escape tumbadas sobre chicles y mierdas secas de perro! Nunca entenderé a estos nórdicos.

Después me detengo en una tienda de sofás de lujo. Frente al escaparate, fuera, en la calle, hay un banco de esos típicos verdes donde un indigente está echando una cabezadita.


Me encuentro una bici del bicing tirada contra un árbol. Me acerco y compruebo que el único defecto es que se le ha salido la cadena. Se la pongo bien, me limpio la grasa con un pañuelo de papel y me pongo a pedalear con energía: así haré un poco de ejercicio. Cojo Urgel y bajo y bajo y bajo, con ese airecillo caliente haciéndome cosquillas por el cuerpo, hasta que me topo con un semáforo: el que da al Paral·lel. Continúo en dirección al puerto. Paso por el final de las Ramblas, llenas de guiris, pintores, acróbatas, timadores y algún que otro chorizo y sonrío sin darme cuenta. Qué encanto tiene esta ciudad, sobre todo cuando hace buen día. Llego a paseo Colón. Por aquí el carril bici transcurre paralelo al “parking” de barcos y es una gozada ralentizar el pedaleo para contemplarlos bajo esta luz tan nítida de los mediodías de principios de junio. Decido acercarme hasta la Barceloneta y me adentro en las calles de Ciutat Vella, que ya huelen a sal e historias de pescadores.

Puñados de gente paseando con bambas y atuendos deportivos, en bikini y chanclas o con carritos de la compra o de bebés. Sobre todo sudamericanos, con ese salero que se les nota hasta en el caminar, animando el ambiente. Y los bares de toda la vida, con los vividores de toda la vida jugando a las tragaperras y disfrutando de sus cigarros y sus birriyas; y las plazas de toda la vida, con los juegos de niños pintados en el suelo; y las casas de toda la vida, con sus puertecillas bajas, sus arcos y sus nombres; y los restaurantes de toda la vida con su oferta de marisco de siempre; y los vendedores de cerveza ambulantes; y los que hacen esculturas de arena en la playa con la cara de Homer Simpson; y las tablas de Windsurf; y los jóvenes con los cascos y el iPod de última generación; y los bares chillout de la playa; y la gente de ahora siempre con sus prisas pasando por delante de los iaietes sentados en el banco a ver la gente pasar.


Me paro al llegar al paseo, frente a la playa, y giro 360º lentamente. Pues es verdad que hay cosas feas que pueden ser jodidamente bonitas: el mundo está bien hecho aunque esté mal hecho, ¿o era al revés?