martes, 28 de agosto de 2007

There’s something sticking in my eye (presente)

Actualmente la situación ha mejorado pero aún quedan graves problemas por resolver. Según ellos en parte es debido a la fácil manipulación de la población: cerca de un 60% son ignorantes y muchos más tienen una fe ciega en la religión musulmana. Algo que se deja notar sobre todo en el Este, trazando una frontera desde Ankara, donde son más cerrados y tradicionalistas. También es en esa zona donde hay una gran mayoría kurda, en lugares como Siirt, donde éstos llevaron a cabo una gran matanza, Sirnak, que los dos jóvenes describen como el infierno, Van o Yozgat.
Algo impactante que nos contaron es que en Turquía el servicio militar es obligatorio pero empieza después de acabar los estudios, por eso bastantes jóvenes los prolongan con innumerables másters. Si estás estudiando fuera del país durante más de cinco años o te casas en otro país también te libras. Lo increíble es que a media noche, los soldados recorren ciudades como Istanbul deteniendo a los coches para coger a muchos jóvenes que huyen del país intentando librarse del servicio militar. Especialmente ahora que el ejército turco se ha situado en la frontera con Irak. Según nuestros noticiarios todavía no ha sucedido nada, pero ellos nos contaron que un primo suyo les llamó desde allí, está cumpliendo el servicio militar, y su voz era difícil de oír ya que el sonido de las bombas la cubría. Según el primo, se trata de pequeños bombardeos comunes ahora mismo en ambas partes. Pero en teoría la guerra es poco probable puesto que Estados Unidos pagó un billón de dólares al gobierno de Erdogan para asegurar la paz. Si corrupción hay para dar y tomar. Otro ejemplo es el hecho de que los políticos o diputados tengan invulnerabilidad ante la justicia. Es decir que si matan a alguien se borran las huellas y aquí no ha pasado nada.

Por lo que respecta a la religión, cada vez hay más fanatismo. Muchas mujeres se sienten orgullosas de seguir las normas islámicas e inventan curiosas artimañas para sortear los obstáculos que intentan impedírselo: en la universidad está prohibido ir con el velo así que se lo ponen igualmente y encima se colocan una peluca, de esta manera ya no se puede decir que vayan cubiertas puesto que la cabellera está a la vista aunque no sea la suya.

lunes, 27 de agosto de 2007

There’s something sticking in my eye (pasado)

Bueno, ahora viene cuando Turquía se lava la cara y se quita todo el maquillaje para turistas. Aunque un poco tarde, por fin conseguimos hablar largo y tendido con unos jóvenes turcos: Bora, que significa tornado, y Aybars, que significa tigre de luna. Ocurrió la mañana del 16 en un vagón de tren griego rumbo a Atenas.

Empezaron con una explicación corta sobre la historia del país, algo que quizás ya tendríamos que haber mirado nosotros por nuestra cuenta. Según nos contaron, durante la Primera Guerra Mundial los turcos estaban del lado de los alemanes y perdieron. Los griegos, británicos, franceses e italianos se propusieron dividir Turquía, pero Atatürk, nacido en Grecia, se levantó como protector declarando la guerra a los invasores y echándolos de allí. Es entonces cuando se convierte en objeto de gran admiración. Él se ocupa de llevar a cabo el duro proceso de europeización. Entre otras cosas cambia el alfabeto árabe por el nuestro, prohíbe el velo y hace de Turquía un país laico (dentro de lo que cabe). Tras aquella guerra de liberación dividida en cuatro batallas (Sakorya, Inönü I, Inönü II y la Gran Batalla) nace la bandera actual: durante los 22días y 22noches que duró la primera batalla el suelo se cubrió de sangre (de ahí el rojo) y en el cielo lo único que brillaba era la luna y una estrella. Así que la luna de la bandera no es ningún símbolo religioso como nosotros pensábamos. Pero alrededor de 1980 hay un golpe de estado y empieza la regresión (si es que se considera una regresión). El velo se vuelve a llevar, las plegarias de las mezquitas pasan de ser en turco a ser en árabe y la religión musulmana va ganando posiciones. Aunque eso no significa que antes la situación fuera mejor: en los años 70 se vivía algo parecido a una dictadura y las torturas estaban a la orden del día. Uno de los sucesos que ejemplifican la represión del momento fue la manifestación llevada a cabo por los estudiantes, que denunciaban aquella situación. La mayoría fueron liquidados a manos de la policía. Además es importante mencionar que lo que nos contaron los dos chicos sobre esta época no eran mitos, eran historias reales que les ocurrieron a amigos de sus padres. Una de las torturas que sufrieron consistía en descargas eléctricas en los genitales.

martes, 21 de agosto de 2007

Visitas II

14 y 15

El segundo día comimos un kebap sentados delante de la parada del tranvía. Al acabar me levanté para ir al lavabo y entré decidida en un bar. Allí me dijeron que no tenían servicios y me indicaron un callejón estrecho, una especie de pasillo a pocos metros de distancia. Me metí y seguí la flecha hacia donde indicaba “bayan”(mujeres). El wáter consistía en una letrina lujosa, porque al menos estaba recubierta de mármol aunque medio roto, con un grifo y una jarra de agua al lado para “tirar de la cadena” después de haber hecho tus necesidades. Y encima me hicieron pagar 0.50 YTL. Pero así eran la mayoría de los lavabos de Istanbul o al menos a los que yo fui.

Después nos adentramos en las calles del Gran Bazar. Para mí uno de los lugares más impresionantes que visitamos. Resultaba un poco agobiante tener que ir rechazando ofertas continuamente, pero también era genial pasear entre joyas de plata, vestidos de danza del vientre, lámparas de colores, bufandas de seda, catalejos o especias e intentar regatear aunque siempre nos acabaran timando un poco. Allí me di cuenta de lo confiados que son los turcos: era increíblemente fácil robar.

Por la tarde teníamos la intención de ver la puesta de sol desde Pierre Loti para descubrir lo que es el cuerno de oro (Istanbul brillando con la luz dorada del sol que desaparece), pero llegamos demasiado tarde y sólo vimos algo del final. Nos subimos en dos taxis, acordando un precio previamente, y les pedimos que se siguieran el uno al otro para llegar más o menos juntos. Los conductores, que tenían complejo de pilotos de Fórmula 1, se lo tomaron más como una persecución y nos obligaron a ir todos agarrados rezando por sobrevivir y riéndonos a la vez. Además está esa afición suya por pitar continuamente, entre el tiempo que tardas en inspirar y expirar ya le han dado al claxon por lo menos tres veces. Debe ser interesante presenciar una clase de conducir turca. Pero valió la pena subir hasta el barrio de Eyüp para ver como en el cielo el negro se iba comiendo al azul anaranjado y las luces de la ciudad se encendían reflejándose en el agua del Bósforo, dándole un toque mágico.

La visita al palacio de Topkapi nos ocupó más de la mitad del último día, pero es que es imposible visitar las cocinas, las salas de reuniones, las salas con las joyas del sultán y sus vestidos, los jardines, las fuentes y piscinas, la sala de circuncisión y el harem (significa prohibido) en menos tiempo. Lo que más me impresionó fue este recinto dedicado en exclusiva a las concubinas y la madre del sultán. Tan oscuro, con un aire tan misterioso, turbio y elegante a la vez. Seguro que los celos convirtieron más de una vez alguno de aquellos rincones en escenarios de crímenes.


Eso sí entre visita y visita era imposible no toparse con una de esas furgonetas de propaganda electoral con la cara del candidato y la música a tope que parecía una discoteca móvil.

domingo, 19 de agosto de 2007

Visitas I

13 y 14 de julio

“I have seen many men with no clothes on them. I have seen many clothes with no men inside them.”

Esta es una de las frases escritas en la pared de un museo interesante sobre la historia de Turquía, lástima que el que decidió la ubicación del museo no tuviera muchas luces: justo en medio de Hagia Sofia. Y con tal de camuflarlo brillante idea la de pintarlo completamente de blanco (¡suerte que no les dio por un amarillo fosforito!). Bonita manera de estropear un monumento. Y para acabar de deformar la belleza original de la mezquita un andamio enorme sosteniendo y tapando la cúpula principal. Sobra decir que me gustó mucho más la Mezquita Azul.
Pero ese fue el recorrido del penúltimo día. Volvamos al primer día.

Empezamos por la mezquita Yeni Cami seguido del Bazar Egipcio o de Las Especias. Pero para llegar a él atravesamos un mercadillo en el que vendían plantas, peces y sanguijuelas. He visto muchos mercados en los que venden plantas, también muchos en los que venden peces, pero, ¿sanguijuelas? La respuesta del vendedor, que nos contestó como si estuviera explicando algo completamente normal, fue que servían para curar las heridas porque chupaban la sangre y cortaban la hemorragia. Un remedio curioso. Aunque esa no fue la única anécdota extraña: volviendo al albergue nos topamos en la calle con un kurdo muy simpático que nos hablaba detrás de una mesa sobre la que había un par de conejos y una tapa de caja de cartón llena de agujeros con papelitos dentro de estos. Pensé que debía vender algo, pero ¿el qué? Conejos no porque sólo tenía dos y uno de ellos era una cría. Pues resulta que no vendía, regalaba predicciones de futuro. Te preguntaba tu nombre y mientras colocaba la tapa de cartón delante del conejo le decía al animal: “Venga, coge un papel para X” y el conejo lo cogía con sus dientes. Desdoblabas el papel y te encontrabas con las típicas frases que hay dentro de las galletitas japonesas.

Ese fue el primero de los dos kurdos que conocimos. El otro era uno de los recepcionistas de nuestro albergue. Estaba enterado del movimiento independentista que existe en Cataluña y en el País Vasco y solidarizado con ambos sin conocerlos muy bien. Nos explicó que el pueblo kurdo también buscaba la independencia, la diferencia es que ellos no poseen ningún territorio. Empezó a criticar a los españoles como si nosotros fuéramos sólo catalanes pero sus críticas eran absurdas, muy machistas y demostraban una mente cerrada. Uno de sus argumentos para atacar a los españoles fue la tradición de los toros: ¿cómo podemos matar por placer a un animal? Vaya, justamente los kurdos destacan por su pacifismo que se nota sobre todo en las matanzas que han perpetrado. Entonces nos preguntó si nos sentíamos catalanes o españoles. Los que estábamos (que no éramos todos) contestamos que ambas cosas a lo que él respondió con otra pregunta: ¿vuestro padre tiene sangre catalana? Sí. Pues entonces sois catalanes. Pero, ¿y si nuestra madre no tiene sangre catalana? Eso no importa, la de la madre no cuenta, sólo la del padre. Un razonamiento realmente inteligente.

martes, 14 de agosto de 2007

Agua y aceite

Me esperaba una ciudad más parecida a una mezcla de los escenarios en los que mi imaginación situaba algunos cuentos de Las Mil y Una Noches y los de la película de Aladín. Pero no. Supongo que me había sucedido algo más típico del turista que del viajero: había igualado todo lo que yo entendía por mundo oriental y me había dejado llevar por los tópicos. Istanbul es más real aunque es cierto que posee detalles de fantasía exótica.

En el primer paseo todo nos sorprendía. Me llamó bastante la atención la cantidad de tenderetes de comida y lo pesados que son los amos de estos. Te salen al paso incluso desde los restaurantes para que entres o para venderte su producto, tanto si es la hora de comer como si son las 4 o las 7. Sobre todo abundaban los puestos de maíz tostado y de una especie de pastas redondas con un agujero en medio. También me sorprendió ver algún que otro hombre acompañado de dos esposas (o al menos eso parecía). Pero según mi punto de vista, la ciudad está bastante occidentalizada. Los resultados de los esfuerzos de Atatürk son visibles. Es cierto que algunas mujeres pasean de negro tapadas de arriba a bajo, pero no son muchas y lo curioso es que algunas llevan gafas de sol modernas, bolsos de última moda que contrastan con la vestimenta o van cargadas con bolsas de compras como cualquier mujer que ha salido de rebajas. El resto de ellas (no es que hubiera muchas por la calle) iban con pañuelo en la cabeza pero vestidas normal y algunas sin pañuelo. En cambio las niñas correteaban y jugaban contentas. Era extraño pensar que muchas de ellas al crecer deberán encerrarse en casa bajo las órdenes de sus maridos y cubrirse la cabeza o el cuerpo entero. Pena es algo cercano a lo que sentía por ellas. No podía comprender que muchas estén orgullosas de llevar pañuelos y de vivir bajo la sombra de sus esposos. Y es que nuestra mentalidad de europeos cristianos aunque no seamos creyentes nos convertía en gotas de aceite incapaces de mezclarnos con la mentalidad musulmana. ¿Pero podemos decir que tenemos razón al criticar sus costumbres? Son abominables pero eso lo digo según mi manera de pensar. ¿Cómo puedo asegurar que realmente lo son o que las nuestras no lo son más que las suyas?

Otro detalle curioso es que los hombres se dan muchas muestras de cariño entre sí. Para empezar no se saludan dándose la mano sino con besos en las mejillas y algunos caminan abrazados o cogidos del brazo, como suelen hacer aquí las mujeres.

domingo, 12 de agosto de 2007

Bienvenidos a Oriente

Con las mochilas a cuestas entramos en PTT (correos), dentro del aeropuerto, que es donde nos timan menos con el cambio de euros a liras turcas. Y corriendo porque estamos a punto de perder el autobús (una constante en nuestro viaje) que va a Taxim, el centro moderno de la parte occidental de Istanbul, salimos del aeropuerto. El bus está hasta los topes y nos tenemos que sentar de tres, pero eso parece ser algo normal. En Barcelona no nos hubieran dejado subir y habríamos tenido que esperar al siguiente. Llega el conductor y me señala haciendo un gesto que supongo que significa que vaya delante con él. Allí baja la silla que hay siempre en las escaleras del bus, a la derecha del conductor, para que me siente. Nos ponemos en marcha y al poco rato empieza a llover.

El conductor es amable pero no sabe mucho inglés y a mis preguntas sólo responde con monosílabos, así que me doy por vencida y decido concentrarme en mirar por la ventana. Es entonces cuando descubro la curiosa manera de conducir de los turcos. ¿Por qué no adelantar por el arcén si los otros dos carriles están ocupados? Mucho más cómodo. ¿Y por qué llevar casco en la moto si se puede ir con la melena ondeando al viento? Qué más da la seguridad.

Por lo que respecta al paisaje, el lado oriental de Istanbul parece, al menos así lo aprecia mi subjetividad occidental, más humilde. Pasamos por delante de unas cuantas mezquitas, pero lo que más me sorprende es la cantidad de banderas turcas por todos lados, hasta alguna en la carretera. Las elecciones son dentro de poco (las han anticipado) pero no sabía yo que los turcos fueran tan patrióticos. Supongo que al tratarse de una situación política tensa todo se acentúa. Y en varias ocasiones, junto a las banderas hay también colgado un retrato de un hombre: suponemos que se trata de Attatürk. Pero todavía no comprendemos la importancia de este personaje, la descubriremos más tarde, en un vagón de tren camino de Atenas. En ese vagón descubriremos mucho más de la verdadera Turquía que en los tres días que pasamos visitándola, al menos según mi punto de vista.

Por fin, tras cambiar de autobús en Taxim, seguir las instrucciones escritas en un papel de pedidos por un camarero turco y caminar un ratillo, llegamos al albergue, situado en Sultanahmet, el centro histórico, a dos minutos de Sta. Sofía y la Mezquita Azul. Tuvimos suerte al elegir (una de las únicas veces) y por 7€ la noche dormimos, desayunamos y navegamos gratis por internet en un lugar muy acogedor, con una terraza desde donde se puede ver parte de la ciudad y el mar sentado en un rinconcito de cojines y alfombra fumando una cachimba, bebiendo raki o jugando al backgammon.

jueves, 9 de agosto de 2007

De aeropuerto en aeropuerto (12 y 13 de julio)

El primer descubrimiento: una isla en el aeropuerto de Milán, cuadrada y bastante grande. Una sala de espera separada del edificio principal por un parking de coches y autobuses, pensada para el descanso de los viajeros que han de pasar la noche en el aeropuerto. Vaya, pensé, estos italianos sí que se preocupan por los pasajeros. Y al cabo de tres horas y media me contesté: “Qué cabrones, como nos engañan”.

A las doce y pico, después de haber dado un rodeo entre gente sobre colchonetas hinchables de playa (qué suerte tienen algunos), otros dormitando en las sillas, con la cabeza resbalando por la pared cada cinco minutos, y esquinas convertidas en rincones más o menos acogedores, optamos por copiar la estrategia que nos pareció la más inteligente. Hicimos un montón con las mochilas y desenrollamos nuestras esterillas alrededor dibujando algo parecido a una flor pero en vez de redonda rectangular.

Algunos salieron fuera a echar el cigarro de las buenas noches y otros nos quedamos dentro planeando el futuro recorrido por Estambul, pues todavía no sabíamos ni lo que íbamos a visitar. Cuando los párpados empezaron a pesar demasiado decidimos intentar dormir. Dimos cuarenta mil vueltas buscando una posición mínimamente cómoda pero las esterillas no conseguían hacer del suelo un lugar agradable, (durante el viaje le cogeríamos un cariño especial a dormir en ese tipo de superficie) así que nos íbamos levantando a jugar a las cartas, a fumar otro cigarro, a comprar unas patatas fritas o a estirar las piernas con la excusa de ir al lavabo. Cuando por fin estábamos casi todos no dormidos, eso sería exagerar, pero sí adormecidos, a eso de las tres y media de la madrugada, llegaron los guardias a despertarnos. Ya empezaba a llegar más gente y estábamos ocupando demasiado espacio así que teníamos que recoger la parada y sentarnos o buscar otro lugar donde volvernos a estirar. La segunda opción nos pareció más atractiva así que entramos en el edificio principal del aeropuerto y nos estiramos contra una pared en la misma sala donde teníamos que facturar. De nuevo llegaron los guardias invitándonos a levantarnos. Obedientes, hicimos caso y volvimos a apalancarnos al lado de unas sillas, en un rinconcito y, como no, otra vez nos mandaron levantarnos, pero en esta ocasión decidimos que no hacia falta recogerlo todo y marcharnos de allí, que con estar sentados en vez de estirados era más que suficiente. Los guardias volvieron a llamarnos la atención un par de veces, pero llegó un momento en que se cansaron y nos dejaron en paz. Tras un café y algunas partidas más a las cartas facturamos.

Mientras hacíamos la cola nos íbamos fijando en los velos y otros signos musulmanes que sobresalían (para nosotros occidentales que no estamos muy acostumbrados a verlos) entre la marabunta de pasajeros. Nos hicieron pasar nuestras mochilas por un detector, algo que nos sorprendió por ser la primera vez que nos pasaba, y tras un ratillo de espera embarcamos y despegamos rumbo Istanbul.

A las once de la mañana ya pisábamos suelo asiático, pues habíamos aterrizado en la parte asiática de Turquía. Nos sorprendieron los 24ºC y el día nublado ya que nosotros esperábamos un calor abrasador. Pagamos un visado que no habíamos previsto, nos pusieron un sello más en nuestro pasaporte español y recogiendo las mochilas los fumadores se encendieron un pitillo felices al descubrir que allí se puede fumar en muchos sitios, incluso dentro del aeropuerto en la zona de las maletas.

martes, 7 de agosto de 2007

Gotas de recuerdos en el cristal de la memoria II

Mirna se va calmando, tirada en el suelo, con la respiración entrecortada. Un hombre con peluca y tacones se le acerca preocupado y la ayuda a levantarse. Se arrodilla con delicadeza y se la lleva casi en brazos hasta un portal, donde la sienta. No le dice nada, sólo le da un beso en la mejilla, dejándole el dibujo de sus labios color carmín, y le acaricia el pelo, tranquilizador. Tras unos minutos en silencio ella le pregunta:
-¿Tienes tarta de Santiago?
Él, con dificultad, saca un par de monedas de un bolsillo minúsculo de su minifalda dorada con brillos de purpurina y dice:
-Bueno, veremos qué se puede hacer. Ven.
Entran en un bar y el hombre pide tarta de Santiago. Le miran con mala cara y le traen una de manzana rancia. Mirna se la come con apetito y está empezando a pronunciar una serie de palabras cuando algo le llama la atención: una pegatina desubicada que ha perdido casi todo el pegamento; en ella se lee: “Aire de Castilla”. Mirna se levanta de golpe, olvidándose por completo del hombre con el que estaba hablando, que tan amablemente la había socorrido antes, y, como una autómata, sale del bar con rumbo fijo.
En diez minutos se encuentra frente a la puerta por donde salió esta mañana. Él la abre antes de que ella meta la llave en la cerradura. La estaba esperando. Le sonríe paternal, mirándola con sus ojos cansados pero vivos de viajero científico jubilado, y la acompaña hasta la sala-laboratorio. La sienta delante de una mesa, llena de frascos extraños. Coge uno de ellos, con una etiqueta que pone: “gotas de recuerdos”, le tira la cabeza hacia atrás a la chica con sumo cuidado y le echa un par de gotas en cada ojo. Mirna se desmaya, pero tras un par de minutos volverá a recobrar el conocimiento, como siempre. Quién sabe, quizás esta vez renace en México, en la India…