sábado, 22 de noviembre de 2008

polaroids


Una muntanya de televisors i a sobre un curiós nan de color verd, brandant una bandera amb una calavera feta de ratlles grogues i vermelles. Un nan pirata que de vegades es baixava els pantalons i ensenyava el cul, trapella.


Això és el que em vaig trobar ahir passejant per Les Rambles: el cor de Barcelona.


Però el que té importància és la imatge que apareixia a tots els televisors, que, per cert, no estaven endollats. La imatge era la de la Marilyn Monroe de l'Andy Warhol, llepant un deliciós xupa-xup que era en realitat la calba d’algun polític, no recordo quin, és igual. I es veia el somriure atontat del polític satisfet.


Llavors va arribar, ben armada i corrent, una patrulla de la policia, que, llençant trets a tort i dret, va anar foradant tots els televisors, fins que la imatge va ser substituïda per un negre buit. I pels forats de les pantalles va començar a sortir una filera de formiguetes treballadores, cadascuna amb una enorme –enorme en proporció al seu petit cos rodó- taronja blava, molt calenta i regalimant gotes de sang.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Máscaras III

Después de un par de güisquis charlan animadamente. De repente, el hombre de piel oscura se levanta y mira seductor a varias chicas y chicos que tiene en frente. Se saca un condón del bolsillo, lo coge con el dedo pulgar y el índice, a modo de pinza, y empieza a zarandearlo como si se tratara de un abanico y, de golpe, se lo lanza. La jauría se apelotona sobre el preservativo como si se tratara del ramo de flores que lanza la novia en las bodas. Del lío de cuerpos emerge una mano triunfante que muestra con orgullo el trofeo.

Víctor no puede ahogar por más tiempo ese sentimiento que se ha ido alimentando a lo largo de la noche y sale del bar corriendo. Cada vez corre más rápido, como si persiguiera algo pero sin saber de qué se trata. A veces parece que lo ve a lo lejos, pero es sólo un espejismo que pronto se desvanece. De hecho, seguramente su vida entera ha consistido, consiste y consistirá en esa persecución.

Las fuerzas le van abandonando y acaba dejándose caer sobre el borde de una fuente pública. Una arcada contrae su cuerpo. Se desespera mientras va escupiendo trozos de papel que lleva años tragando. Palabras de García Márquez o de Orwell.“No estaba seguro de que el bote hubiera conservado la dirección inicial. Si había seg”, “ro sin una brújula era imposible saberlo. De hab”, “Boxer refused to take even a day off work, and made it a point of honour not to let it be seen that he was in pain. In the evenings he would admit privat”. Intenta seguir leyendo alguno de los fragmentos pero el agua difumina las palabras y las frases se van convirtiendo en un fluido confuso.
Vuelve a levantar la cabeza, todavía más mareado que antes, intentando relajarse, y entonces la siente: abre la boca de golpe y vomita todo lo que le revolvía el estómago. Por fin respira más tranquilo, pero queda el mal sabor de boca.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Máscaras II

Sin otra explicación que le tranquilice y a consecuencia del cosquilleo interior que le provoca el nerviosismo, recupera su sonrisa, aunque en ésta se dibuja un sarcasmo que estaba ausente en la anterior. Por toda respuesta recoge la moneda del suelo y la dirige hacia la ranura del futbolín, ¡esta vez tienes que acertar chico!, poniendo en marcha el mecanismo que deja caer las once bolas blancas. Empieza la partida.
El Pijoaparte se pierde en alardes de habilidad y adornos, mientras que Víctor va directo a marcar, con jugadas cortas y eficaces. El primero hace de la partida un espectáculo más atractivo, aunque no por ello carente de valor, mientras que los toques del segundo le dan al juego un aire reflexivo. Los espectadores se ven absorbidos por una mezcla de belleza sensorial e intelectual a la vez que se divierten, aparentemente ajenos a los hilos invisibles que los dirigen. Pero como ya ha anunciado el wapentake, no se trata más que de una actuación y cada uno, incluso Víctor, tiene bien aprendido el papel que debe representar. Celebra satisfecho sus goles y bromea con su contrincante, pero el comecocos no ha parado y le va dejando sin reservas de alegría fingida.
Entonces, una voz femenina que escupe un altavoz colgado del techo, ametralla a los que se encuentran en aquel rincón con una serie de órdenes precisas. “¡Víctor, Pijoaparte, ya es suficiente! ¡La partida debe finalizar! ¡Quedáis empatados!”

Al instante las órdenes se convierten en hechos y al ambiente amical que se había creado lo sustituye el vacío, rasgado por la mirada atónita de Víctor, que sobrevuela la escena. Los que le acompañaban han desaparecido. Se gira y, ante la ausencia de otras posibilidades, decide volver a la barra. En el mostrador hay sentado sobre un taburete, con una pierna balanceándose en el aire y la otra apoyada en el suelo, un hombre seguramente originario de África, que sostiene una botella de cerveza medio vacía, ¿o medio llena? Se le acerca el Pijoaparte, que sale de la nada, y le da un golpecito con su botella de cerveza a modo de brindis. El africano levanta la mirada y le susurra:

-Por la Desgracia y la felicidad.

El Pijoaparte, que ahora tiene un parecido increíble con Juan Marsé, suelta un soplido irónico y añade:

-La felicidad es como los aspersores: caen muchas gotas y da la sensación de que el agua sale formando un chorro, pero no es más que una ilusión óptica; algunas gotas te salpican, las notas sobre la piel, pero no tardan mucho en secarse. Sólo gotas de felicidad, efímeras.

Al pronunciar estas últimas palabras, el Pijoaparte se gira, perfectamente consciente de que estaba siendo observado, y le dirige una mirada cómplice a Víctor, mientras con un movimiento de cabeza le invita a unírseles.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Máscaras I

Caen en mi choza gotas asquerosas del gran barro humano.”

Víctor Hugo


Al abrir la puerta del bar una ráfaga de música le abofetea los oídos.

Hay poca luz y el ojo debe acostumbrarse a esa semioscuridad, así que las siluetas se van dibujando despacio, siguiendo el ritmo de dilatación de sus pupilas.

Cuando ya tiene las pupilas dilatadas, se da cuenta de que hay algo que no encaja en aquel lugar, aunque no sabe muy bien qué es. No puede evitar que sus sentidos se pongan en alerta, por esa alarma preprogramada que suena siempre que se presencian situaciones anormales. Pero no deja que el temor aflore a la superficie y los sentimientos quedan a salvo bajo su máscara del “hombre que ríe”. Con la eterna sonrisa colgada en la cara, avanza hacia la barra, haciendo un esfuerzo a cada paso por desenganchar sus zapatos del suelo pegajoso.

Pide una cerveza y cuando se dispone a dar el primer trago nota el roce helado del metal sobre su hombro. Se gira y reconoce al hombre que tiene en frente. Los indicios de peligro que Víctor había detectado se ven ahora confirmados. Es el wapentake. Le sigue hasta un futbolín sucio y destartalado, a conjunto con el ambiente que reina en el local. El wapentake se detiene, le mira fijamente y dice:

-Ahora debes jugar, es tu turno.

Víctor busca en su bolsillo y saca un euro que no acierta a introducir por la ranura del futbolín. Su mano tiembla de forma incontrolada. La moneda cae al suelo y llega rodando hasta los pies del wapentake. (La representación de la justicia suele ejercer ese efecto imán sobre el dinero).

Se produce un silencio incómodo, culpa del miedo a hacer el ridículo. Y tras ese eterno segundo, todos, menos Víctor, estallan en carcajadas. La sonrisa que Víctor había luchado por mantener se esfuma y, para contrarrestar la derrota, suelta un intento de carcajada que se queda en extraño sonido gutural.

El oficial grita alegre:

-¡Tranquilo, hombre, que todo esto no era más que una actuación en coña! Es que la jefa nos ha ordenado ir a buscarte. Tienes fama de ser un jugador hábil y este, –dice señalando a un joven alto, moreno y de aspecto humilde- que se hace llamar Pijoaparte, por el personaje ese de Marsé, sabes quien te digo, ¿no?, pues asegura que a él no le gana nadie. Sólo queríamos comprobarlo.