domingo, 27 de enero de 2008

sigue pasando

¿A dónde van los desaparecidos?
busca en el agua y en los matorrales
¿y por qué es que se desaparecen?
por qué no todos somos iguales
¿y cuándo vuelve el desaparecido?
cada vez que lo trae el pensamiento
¿cómo se le habla al desaparecido?
con la emoción apretando por dentro

Desapariciones (Maná)

La Junta Argentina era particularmente chapucera al deshacerse de sus víctimas. Un paseo por el campo podía acabar siendo una pesadilla porque las fosas comunes apenas estaban escondidas. Aparecían cuerpos en cubos de basura, sin dedos ni dientes (igual sucede hoy en Irak) o, después de uno de los “vuelos de la muerte” de la Junta, aparecían cadáveres flotando en la orilla del Río de la Plata, a veces hasta una docena a la vez. En algunos casos hasta llovían desde helicópteros y caían en el campo de un granjero.
[...] Hay una frase que los argentinos utilizaban para explicar la paradoja de haber visto cosas pero cerrar los ojos ante el terror, que era el estado mental predominante en aquellos años: “No sabíamos lo que nadie podía negar”.

La doctrina del shock. Naomi Klein

lunes, 21 de enero de 2008

Contestación a "Someday"

Este post va x vosotros LOL!!

Abril de 2038...

Ya mujer adulta y asentada (y con un tipazo de muerte!) paseo con mi hijo mayor, un joven mozalbete de pintas a la moda: cresta punk verde (el rosa ya no se lleva), pendientes x todos lados y, como fieles mascotas, dos ranas naranjas con pelo, que siempre le acompañan, y que, extrañamente, sólo saben croar al ritmo de I will survive, dando la nota allí por donde pasan. Total que entramos en una tienda de música xq al chaval, ya veinteañero, se le ha antojado 1CD de un grupo de esos imposibles de pronunciar. Cuál es mi sorpresa al oír que en la tienda suena “entonces solo espero que cuando vuelva a sonar, tú, pierdas la vergüenza y grites, oh, creo que voy a empezar a romperme”. ¡No puede ser! Mi alegría es tal que empiezo a cantar a grito pelao y a bailar como si de una discoteca se tratara. Los clientes corren en estampida, despavoridos gritando: “¡Socorro un dinosaurio!” Pero yo ni me inmuto y continúo con mi actuación estelar recorriendo los pasillos de la tienda dando vueltas sobre mí misma y persiguiendo un foco imaginario, tirando besos y saludando a todos lados. Entonces la joven dependienta me suelta: “Joder vieja, q poco ritmo tenían en su época.” A lo q yo respondo: “Tú no puedes entenderlo, q son LOL chavala!”. Y ella contesta con indiferencia: “Ya…el cantante es mi padre.” Mis ojos se desprenden de sus órbitas y salen catapultados por dos muelles, como en las típicas escenas de dibujos animados sólo que en mi caso es real (no dicen q en el futuro todo será posible?) y en un momento de lucidez pego una patada a una de las ranas que sigue croando por ahí (ahora ha cambiado su ritmo habitual por un curioso remix de I will survive más chumba chumba) y salgo corriendo. Vuelvo en menos de un segundo con mi hijo de la oreja (él había escapado con el resto de clientes) y hago las presentaciones. Por huevos que esta chica se convierte en mi nuera! Voy a ser familia de LOL! (En realidad mi hijo tendrá unos 10años menos q tu hija xo algo me dice q le gustarán jovencitos – se le nota sobre todo a la mayor por esos ojazos azules q tiene.)
Y a partir de ahí la vida comienza a ser perfecta: en las reuniones familiares acabamos disfrazados de supercondón y cantando “Shiwa, Shiwa”, nuestra vecina del ático deja de ser esa bruja cascarrabias para convertirse en Marlene, la esquizofrénica, y en los recibidores de nuestras casas siempre hay 2espejos, uno en frente del otro, para crear universos infinitos.

Que wapo, no? Ya estoy impaciente xq llegue ese día y mira q todavía quedan 30años…Tú sólo preocúpate d irle comprando a la niña un local xa tener la tienda de discos asegurada q yo me encargo del resto!

martes, 8 de enero de 2008

Brightly dark


Media Verónica despierta,
Le molestó la luna por la ventana abierta.
[...]la vida es una cárcel con las puertas abiertas
Verónica escribió en la pared con la tripa revuelta.
Media Verónica (Andrés Calamaro)

Esta noche la luna no es más que un triste foco medio fundido en un cielo que alguien ha pintado de betún, olvidándose algunos agujeros por donde se filtra la luz de las estrellas. El mar sólo se distingue a trozos por su brillo líquido y en el muelle no flota más que una Menorquina amarrada.

Hace un frío de noviembre a pesar de ser octubre y una grieta excavada por el salitre en el dintel de la ventana del puesto de mandos deja que una brisa helada se cuele dentro, bajando por la escalera y entrando en el camarote hasta provocarle un escalofrío al contacto con su mejilla mojada. Ella se convierte en caracol y bajo la manta le da la espalda al frío. Sólo sus ojos asoman fuera del caparazón y su mirada descansa sobre su propio reflejo en el cristal de un marco de fotos vacío. Una pequeña luz de piloto ahuyenta a los fantasmas y atrae a los mosquitos. Una luz que es como un proyector por donde se suceden recuerdos y miedos de infancia. De pequeña solía identificar aquella luz con Campanilla, porque estaba convencida de que cada niño tenía una Campanilla que hacía la función de ángel guardaespaldas. Pero la suya la abandonó hace tiempo y ahora ella, al mismo ritmo que se vacía por dentro, se va volviendo transparente, como le sucedía a veces a la pequeña hada. Pero aquí no hay nadie que dé palmadas para salvarla.

Desvía la mirada hacia la pared de madera, donde cuelgan dos fotos pegadas con celo. Son de las islas Kiribati, al sur de Hawai, y del desierto del Sáhara, en Níger. Los dos lugares del planeta con más luminosidad. Y bajo las imágenes una frase: “Por algún motivo, hay menos nubes allí que en otros sitios. Paul Stackhouse (NASA)”. Sueña con viajar allí algún día y guarda un tarro de mermelada vacío, recubierto con una tela completamente opaca, para cuando vaya, para esconder en él un poco de la luz de aquellos lugares y así después, aquí, usarla en los momentos oscuros. Suele imaginarse abriendo con cuidado el tarro y dejando escapar un poco de aquella luz cerca de su cara.

Coge los cascos del iPod y los aprieta con fuerza dentro de sus orejas: así el volumen de la música se superpone al de sus pensamientos insonorizándolos; agarra un puñado de aire frío que ronda alrededor de su cabeza y lo lanza con rabia hacia la puerta del camarote. El aire se va perdiendo por el camino, pero un hilillo consigue salir al exterior por la misma grieta del puesto de mandos por dónde había entrado antes. Fuera continúa su viaje, recogiendo en su trayectoria un poco de brillo líquido y betún y untándolos al final del recorrido en la luz del foco medio fundido.

Qué inútil seguir soñando.