jueves, 27 de marzo de 2008

Miss Robin Hood del s.XXI

La llamaban Miss Robin Hood porque era mujer y porque, en cierta manera, robaba a los ricos para dárselo a los pobres, aunque para ello no asaltara carruajes cargados con gordos llenos de anillos, monedas de oro y rubíes…
Cada mañana, puntual, aparecía en La Bolsa. Era fácil distinguirla entre el gentío, pues no iba de gris y con traje como la mayoría de aquellos agentes de matrix. Ella vestía pantalones informales, sudaderas cuando hacía frío y llevaba el pelo suelto y revuelto o en recogidos improvisados. La mirada de soñadora aunque con un brillo de inteligencia que le proporcionaba esa necesidad de cambiar las cosas. Con las ganancias del día volvía a su casa satisfecha. Para ello debía cruzar la ciudad y varios pueblos hasta que llegaba a una pequeña masía, con cuadras para un par de caballos, un huertecillo y bosque rodeándola. El centro del pueblo sólo quedaba a 15 minutos en bici y si algún día a ella no le era posible bajar a comprar pan y algunas otras cosas de primera necesidad, los vecinos o alguna de sus múltiples visitas que se hospedaba con ella se ofrecían a llevárselo a casa. Una vez en su hogar, dulce hogar, se sentaba en la mesa de escritorio y decidía a quién enviar el dinero obtenido. Estaba directamente en contacto con colegios, alcaldes, incluso familias, de diversos rincones del mundo necesitados. En África, Sudamérica, la India…Con las ganancias no pretendía que todos pudieran llevar un nivel de vida de europeos, porque posiblemente eso sería convertirlos en desgraciados, lo que deseaba era proporcionarles un medio para que ellos tuvieran poder de decisión, igualdad de oportunidades. Esa era su vida durante la mitad del año, la otra mitad la pasaba cuidando de su huerto y sus dos animales y viajando allí donde enviaba su ayuda, para ver si el dinero había servido de algo pero, sobre todo, para convertirse en alguno de ellos durante un tiempo. En alguna de aquellas personas que con tan poco era capaz de ser feliz, que no vivían con el tic tac de sus relojes como pulso vital, que no tenían un futuro previsible, que disfrutaban de la naturaleza, que jugaban en la calle, que aprendían de sus mayores, que desconocían lo que es una tele o un ordenador. Aquellas personas para las cuales posesión no es sinónimo de felicidad, sino una palabra más con un significado poco interesante.

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