jueves, 20 de noviembre de 2008

Máscaras III

Después de un par de güisquis charlan animadamente. De repente, el hombre de piel oscura se levanta y mira seductor a varias chicas y chicos que tiene en frente. Se saca un condón del bolsillo, lo coge con el dedo pulgar y el índice, a modo de pinza, y empieza a zarandearlo como si se tratara de un abanico y, de golpe, se lo lanza. La jauría se apelotona sobre el preservativo como si se tratara del ramo de flores que lanza la novia en las bodas. Del lío de cuerpos emerge una mano triunfante que muestra con orgullo el trofeo.

Víctor no puede ahogar por más tiempo ese sentimiento que se ha ido alimentando a lo largo de la noche y sale del bar corriendo. Cada vez corre más rápido, como si persiguiera algo pero sin saber de qué se trata. A veces parece que lo ve a lo lejos, pero es sólo un espejismo que pronto se desvanece. De hecho, seguramente su vida entera ha consistido, consiste y consistirá en esa persecución.

Las fuerzas le van abandonando y acaba dejándose caer sobre el borde de una fuente pública. Una arcada contrae su cuerpo. Se desespera mientras va escupiendo trozos de papel que lleva años tragando. Palabras de García Márquez o de Orwell.“No estaba seguro de que el bote hubiera conservado la dirección inicial. Si había seg”, “ro sin una brújula era imposible saberlo. De hab”, “Boxer refused to take even a day off work, and made it a point of honour not to let it be seen that he was in pain. In the evenings he would admit privat”. Intenta seguir leyendo alguno de los fragmentos pero el agua difumina las palabras y las frases se van convirtiendo en un fluido confuso.
Vuelve a levantar la cabeza, todavía más mareado que antes, intentando relajarse, y entonces la siente: abre la boca de golpe y vomita todo lo que le revolvía el estómago. Por fin respira más tranquilo, pero queda el mal sabor de boca.

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