lunes, 1 de diciembre de 2008

Personalidad con Super Glue y Estudios Probabilísticos (I)


8:37: Coches en el techo del autobús y el mar en las ventanas de un día de mayo. Lluvia de sol y rayos de agua en el paseo marítimo.

Apoya la cabeza en el asiento justo en el momento en que el vehículo se para en un semáforo y piensa en algo así como: “
Cosas. Fragmentos de realidad normales pero bonitos que un día descubres. Detalles que debo tener ya grabados en mi cerebro a centenares y que nunca antes me habían llamado la atención. Y ahora me detengo a mirar porque los veo bonitos, porque no los hay en todas partes. ¿Cómo algo tan común me puede hacer feliz? ¿Cómo no me hacía feliz antes?
Sonríe, dejando al descubierto unos dientes amarillentos y un par de huecos, recuerdo de alguna pelea. Se pasa la mano por el pelo, tan enredado que se le están empezando a hacer rastas, y al rascarse la pierna de manera frenética descubre un nuevo roto en el pantalón.
Se levanta y va hacia una de las puertas de atrás. Estira los brazos, se cuelga de la barra que hay encima y empieza a hacer ejercicios de gimnasio.
Fija la vista en un niño pequeño que va en un cochecito. La madre le hace cosquillas y el niño va soltando carcajadas entrecortadas, con la boca completamente abierta y los ojos medio cerrados de felicidad. Él se les acerca y, dirigiéndose a la madre, suelta:
-Te compro unas cosquillas.
La mujer se le queda mirando asustada y no acierta a responder. Él saca un billete de 50 y se lo acerca a la mano. Ella se aparta y le da la espalda. Él se encoge de hombros y baja en la siguiente parada, delante del edificio de Correos.
En cuanto el autobús cierra sus puertas, él abre la bragueta y empieza a descargar líquido de cara a la carretera. Los que pasan cerca le observan horrorizados y él les responde con sonrisas y un ligero movimiento de cabeza a modo de saludo.

9:00: El marrón-grisaceo del edificio se cuela en sus ojos. Entra y abre la puerta de su despacho, el que tiene la placa que reza: “caso 746: ESTUDIOS PROBABILÍSTICOS”. Se pone el casco lleno de cables conectados y fija la vista en un papel lleno de álgebra. A los dos segundos está escribiendo sin parar, acumulando números y más números, con el brillo del gozo intelectual en los ojos.

En la estantería le quedan cinco maletines metálicos. Coge uno, lo abre, se mete varios fajos de billetes dentro de los calzoncillos y sale del despacho.

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