jueves, 9 de agosto de 2007

De aeropuerto en aeropuerto (12 y 13 de julio)

El primer descubrimiento: una isla en el aeropuerto de Milán, cuadrada y bastante grande. Una sala de espera separada del edificio principal por un parking de coches y autobuses, pensada para el descanso de los viajeros que han de pasar la noche en el aeropuerto. Vaya, pensé, estos italianos sí que se preocupan por los pasajeros. Y al cabo de tres horas y media me contesté: “Qué cabrones, como nos engañan”.

A las doce y pico, después de haber dado un rodeo entre gente sobre colchonetas hinchables de playa (qué suerte tienen algunos), otros dormitando en las sillas, con la cabeza resbalando por la pared cada cinco minutos, y esquinas convertidas en rincones más o menos acogedores, optamos por copiar la estrategia que nos pareció la más inteligente. Hicimos un montón con las mochilas y desenrollamos nuestras esterillas alrededor dibujando algo parecido a una flor pero en vez de redonda rectangular.

Algunos salieron fuera a echar el cigarro de las buenas noches y otros nos quedamos dentro planeando el futuro recorrido por Estambul, pues todavía no sabíamos ni lo que íbamos a visitar. Cuando los párpados empezaron a pesar demasiado decidimos intentar dormir. Dimos cuarenta mil vueltas buscando una posición mínimamente cómoda pero las esterillas no conseguían hacer del suelo un lugar agradable, (durante el viaje le cogeríamos un cariño especial a dormir en ese tipo de superficie) así que nos íbamos levantando a jugar a las cartas, a fumar otro cigarro, a comprar unas patatas fritas o a estirar las piernas con la excusa de ir al lavabo. Cuando por fin estábamos casi todos no dormidos, eso sería exagerar, pero sí adormecidos, a eso de las tres y media de la madrugada, llegaron los guardias a despertarnos. Ya empezaba a llegar más gente y estábamos ocupando demasiado espacio así que teníamos que recoger la parada y sentarnos o buscar otro lugar donde volvernos a estirar. La segunda opción nos pareció más atractiva así que entramos en el edificio principal del aeropuerto y nos estiramos contra una pared en la misma sala donde teníamos que facturar. De nuevo llegaron los guardias invitándonos a levantarnos. Obedientes, hicimos caso y volvimos a apalancarnos al lado de unas sillas, en un rinconcito y, como no, otra vez nos mandaron levantarnos, pero en esta ocasión decidimos que no hacia falta recogerlo todo y marcharnos de allí, que con estar sentados en vez de estirados era más que suficiente. Los guardias volvieron a llamarnos la atención un par de veces, pero llegó un momento en que se cansaron y nos dejaron en paz. Tras un café y algunas partidas más a las cartas facturamos.

Mientras hacíamos la cola nos íbamos fijando en los velos y otros signos musulmanes que sobresalían (para nosotros occidentales que no estamos muy acostumbrados a verlos) entre la marabunta de pasajeros. Nos hicieron pasar nuestras mochilas por un detector, algo que nos sorprendió por ser la primera vez que nos pasaba, y tras un ratillo de espera embarcamos y despegamos rumbo Istanbul.

A las once de la mañana ya pisábamos suelo asiático, pues habíamos aterrizado en la parte asiática de Turquía. Nos sorprendieron los 24ºC y el día nublado ya que nosotros esperábamos un calor abrasador. Pagamos un visado que no habíamos previsto, nos pusieron un sello más en nuestro pasaporte español y recogiendo las mochilas los fumadores se encendieron un pitillo felices al descubrir que allí se puede fumar en muchos sitios, incluso dentro del aeropuerto en la zona de las maletas.

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